lunes, 19 de octubre de 2009

Saciedad.





Rápido, se infiltra por la vena hueca. Se posa cual niño en su cuna. Abrigándose, tironeando de la sábana busca la sensación más bonita de todas, lástima que la piel es frágil y se taja levemente.

Entra y deja la puerta abierta de par en par. Mira, atontado, poseído por la exorbitante presencia que lo ha invadido y cae en cuenta de que es un cable entre millones, tan enredado, hecho una galleta aunque ahora se sienta más cerca del cielo. Converge en él la idea de abrirse paso entre los muebles gastados, ahora, emanando ese olor a madera de puerto, húmeda, con verdín de años, pero lo arrancan, lo tiran de los tobillos.

Las otras, lo agazapan y envuelven, se siente tan cansado sin estarlo verdaderamente. Inmóvil corre, tensa los dientes y desaparece cualquier dejo de tristeza que alguna vez, hasta en sueños manipulados, lo haya mortificado en sus entrañas.

Bebe de una copa invisible. Hace ese gesto de saciedad que tan bien le sale cuando está completamente solo. No hay miedo, ni siquiera tiene frio, el frio lo tiene a él. Ya no. Lo recorren aguas con arenas color perla, lo siente, le baja por la garganta. Puede decir con su voz áspera, “estoy feliz”, está con él. No necesita más que el piso. Levanta una mano, la izquierda, y se toca el pelo de la frente que le cae hasta las mejillas. Lo encuentra grasoso, rancio. Se sorprende de sus reflejos cuando sabe que para el ojo que lo esté observando no es más que un cadáver. Errados.

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martes, 6 de octubre de 2009

Natural born killers.




Recomiendo fervientemente las Desert Sessions de este señor...